La esperanza de vida es uno de los indicadores más relevantes a la hora de medir el desarrollo de una sociedad, siendo el reflejo de las políticas económicas, sociales y sanitarias que sobre ella se efectúan.
Cada vez vivimos más años y eso es, ante todo, una buena noticia. Porque, además, los años son cada vez de mayor calidad gracias a los constantes avances en la sanidad. Cada año que pasa, la esperanza de vida se incrementa 2,5 meses. Es decir, cada diez años, vivimos más de dos años adicionales, siempre hablando, lógicamente, en media. Y España ocupa un puesto muy destacado entre los países con mayor esperanza de vida, codeándose en lo más alto con Japón, Corea del Norte, Suiza o Francia. Según datos del Instituto Nacional de Estadística para el año 2016, la esperanza de vida al nacer es de 85,8 años en el caso de las mujeres y de 80,3 años en el caso de los hombres. La esperanza de vida a los 65 años es de más de 23 años en el caso de las mujeres y de casi 20 años en el caso de los hombres).
La esperanza de vida se ha incrementado de forma espectacular a lo largo del siglo XX. Para hacernos una idea, en 1900 la esperanza al nacer apenas superaba los 35 años. Las claves de este importante avance son el descenso de la mortalidad infantil, las mejoras en las condiciones sanitarias y alimenticias, y el periodo prolongado de paz a partir de la segunda mitad de siglo.
Hacia una pirámide poblacional invertida
Esta buena noticia tiene no obstantes importantes consecuencias que plantean retos sociales. El más claro, es el hecho de que nuestro país envejece y pierde población. En 2017, según datos del INE, ya hubo más defunciones que nacimientos, con un saldo negativo de 31.245 personas. Y la clave se encuentra en que no hay relevo generacional. La tasa de fertilidad actual es de 1,31 hijos por mujer, muy lejos de los 2,1 hijos por mujer necesarios para asegurar ese reemplazo.
Todo esto conduce a una estructura de población que se conoce como “de pirámide invertida”, es decir, a una población envejecida. Se calcula que, hacia mediados de siglo, el 35% de la población tendrá una edad igual o superior a los 65 años. Es decir, España contará con 15 millones de personas mayores de 65 años, frente a los 9 millones que existen actualmente. O, dicho de otro modo, por cada jubilado, habrá solo 1,5 personas en edad de trabajar. En 2050, España será el segundo país más envejecido del mundo, solo por detrás de Japón.
¿Por qué, teniendo otros países también tasas de natalidad reducida, no sufren este envejecimiento tan acusado? Fundamentalmente, por variables muy acusadas en España como esperanza de vida, el clima, el PIB per cápita o las condiciones relacionadas con los hábitos de vida más saludables, como la dieta mediterránea, que harán de nuestro país uno de los que cuente con una comunidad centenaria más numerosa.
Todo un reto para nuestro sistema de pensiones, basado en el principio de reparto intergeneracional y sobre el que es importante no descuidar reformas estructurales que ayuden a paliar lo que es un secreto a voces: la falta de cotizantes. Políticas de fomento de la natalidad estimulación de la inmigración son algunas de ellas, pero también el avance en medidas como la jubilación activa de los trabajadores.
