Se trata de un término que comenzó a acuñarse para hacer hincapié en la necesidad de establecer este tipo de relaciones y fomentar el crecimiento personal de jóvenes y mayores, a raíz de la designación del año 2012 como el Año Internacional del Envejecimiento Activo y la Solidaridad Intergeneracional.
Anteriormente, en 2002, en la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, Naciones Unidas reconoció que era necesario fortalecer la solidaridad entre las generaciones, teniendo en cuenta las necesidades de los jóvenes y de los mayores. Ese fue el momento en el que, de forma unánime y a nivel internacional, comenzó a popularizarse esta expresión.
¿Cómo incentivar este tipo de relaciones? ¿Qué fórmulas son las más adecuadas para fomentar el intercambio de experiencias y de conocimientos entre miembros de edades muy diferentes? Los expertos reconocen que son muchas y muy variadas, dependiendo, por ejemplo, de si esas relaciones se establecen entre miembros de la misma familia o entre miembros de personas que no tienen ninguna vinculación personal directa. En ambos casos, habrá que reconocer las claves que mueven a cada generación, las pautas gracias a las que funcionan, para poder comprenderlas y compartirlas.
Los beneficios son claros y reconocibles para ambas partes, es decir, para los jóvenes y los mayores. Al menos, así se está constatando a través de las muchas experiencias que se desarrollan cada día, bien en el ámbito local, en los centros de mayores o en los centros residenciales que abren sus puertas para que los más jóvenes tengan una imagen más certera de cómo viven en ellos los mayores y puedan conocer sus vivencias, o también en el ámbito universitario.
En este campo son cada vez más frecuentes las experiencias que facilitan que mayores y jóvenes compartan aulas para compartir también conocimientos y hasta sus diferentes formas de entender el aprendizaje y la vida.
Los expertos reconocen que los principales beneficios que reportan estas relaciones son muchos y hablan de efectos emocionales, sociales y hasta terapéuticos. El mero hecho de reconocer la realidad del otro, que además es muy diferente a nosotros por cuanto ha tenido experiencias vitales muy diferentes gracias sobre todo a su edad, ya es un arma válida para certificar esos beneficios.
Los más jóvenes tienen la posibilidad de conocer de cerca cómo son los mayores, alejados de estereotipos y creencias falsas. Los mayores también tienen esa posibilidad. A través de ese conocimiento, los dos se enriquecen porque cada uno aporta sus conocimientos para fortalecer la relación. Y ambas partes se entienden, comprenden que las actitudes y las creencias del otro responden en gran medida a sus circunstancias particulares, a las de su generación. Ese entendimiento, fomentado por la empatía, rompe con el posible aislamiento de los más mayores y enriquece enormemente la visión de la vida de los más jóvenes, contribuyendo así a su crecimiento personal.
